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domingo, 11 de mayo de 2008

PARA LOS QUE VIVIMOS LA FAMOSA "RUTA DEL BAKALAO".



A principios de la década de los ochenta las discotecas valencianas impusieron su sello con una nueva forma de bailar. Siempre resulta difícil establecer el nacimiento de una corriente musical, pero hace exactamente 25 años que Valencia se lanzó de manera definitiva en brazos del hedonismo discotequero, creando un estilo propio que rivalizó con las mejores salas de baile de Ibiza o Barcelona, y que en menos de una década quedó convertido en otra cosa, muy diferente y asociado para siempre a la «ruta del bakalao». Una manera de entender la noche que actualmente cumple 25 años, y que convirtió Valencia en un centro de atracción moderno que rivalizaba con la «Movida» madrileña, y que de hecho vio pasar por sus salas a algunos de sus protagonistas, como Almodóvar o Alaska. Unos años, que se consideran irrepetibles, y que sirvieron para que la gente se diese cuenta de que en Valencia estaba ocurriendo algo que no pasaba en ningún otro lugar de España. Había que viajar a Valencia para ver a algunos grupos que no actuaban en otro sitio, y que sin embargo aquí congregaban a centenares de seguidores. Dos décadas después, es un fenómeno que sigue vivo de la mano de The Cult, The Mission, Alien Sex Fiend... nombres asociados para siempre a la «movida» valenciana, no tan popular como la madrileña, pero que sin duda supo sacar todo el jugo a su carácter casi underground.Pero ¿en qué consistió? ¿cuál fue la clave del éxito? Resulta imposible entender aquel auge sin situarse en la Valencia de principios de los ochenta. En una ciudad que luchaba por quitarse de encima los años oscuros de la dictadura, y que aún no había llegado al nivel de cosmopolitismo de Barcelona o Madrid, pero que tenía su propio plan. En aquellos años, la renovación estética y social no sólo llegó a los vestidos y los peinados, sino también al concepto mismo de las discotecas. De las tradicionales discotecas de finales de los setenta, que se limitaban a pinchar los éxitos del momento, se pasó a un nuevo concepto, cercano a lo que ahora se conoce como «club». Un entorno exclusivo en el que cabían todas las tribus urbanas, desde pijos a rockers, y en el que todos acabaron uniéndose por una misma filosofía.No cabe duda de que la música fue la chispa que lo encendió todo. Desde 1980 Carlos Simó estaba al frente de la cabina de Barraca, aplicando la máxima que haría grande a la «fiesta»: mezclar los ritmos bailables con otros que en principio no lo eran en absoluto. En 1984 se unía Spook Factory a la idea, de la mano de Fran Lenaers, y de manera paralela, Chocolate, con Javi Gitano en los platos. Quedaba constituida la «santísima trinidad» de las discotecas valencianas, cada una con su estilo, pero con una filosofía común, resumida de manera muy escueta por los hermanos Auserón, de Radio Futura: «Lo que pasaba en Valencia no pasaba en ningún otro sitio. Mezclar los temas bailables con las canciones más tristes de The Cure era toda una osadía». Aquella apuesta arriesgada pronto atrajo a los valencianos más inquietos, y a músicos, artistas, diseñadores... Todos unidos alrededor de un cóctel único, en el que cabían grupos aparentemente irreconciliables: de The Human League a Ramones; de Tom Waits a The Sisters of Mercy, y así continuamente, enganchando a un público cada vez más numeroso e implicado, que encontró en el «sonido Valencia» su religión, y en la mescalina, la droga de moda, el vehículo con el que dejarse llevar hasta el límite. Noches eternas, de 72 horas de duración, y que dieron el inicio a una leyenda que hizo que, con los años, Valencia se comparara con Manchester, por su capacidad para crear un sonido propio partiendo de la nada. Como recordaba recientemente Fran Lenaers, uno de los «padres» del fenómeno, «el público era el principal motor de la fiesta, y la música era mucho más variada de la que se escucha actualmente en las discotecas. Ahora se escuchan temas hechos por productores directamente para bailar, pero entonces no era necesariamente así. Se pinchaba música que inicialmente no estaba concebida para bailar, pero el público se acababa adaptando a ella».La fórmula funcionó durante años, pero también llevaba implícita su propia autodestrucción. Las circunstancias obligaban a los DJ´s a ser cada vez más creativos, a seguir ahondando en un concepto de mezclas que en muchos casos ya no daba más de sí. El público esperaba ser sorprendido constantemente, y además comenzaba a acudir en masa y a convertir las discotecas en algo más que un pequeño secreto compartido, hubo un momento en el que la fiesta se trasladó al parking. En las discotecas ya no había 600 personas, sino miles, y además comenzaban a salir discotecas por doquier. Y llegó una nueva generación, con otros gustos y otras drogas». Y el cuento se acabó. A principios de los noventa, pocas eran las salas que mantenían la esencia, y sin embargo el número de negocios había crecido como la espuma. Era la época de Espiral, Puzzle, Heaven, Zona, Límite, N.O.D. o ACTV, y por supuesto de las clásicas, Barraca, Spook y Chocolate, que mantenían sus sesiones, pero que poco a poco fueron avanzando hacia un estilo más duro. Chimo Bayo triunfaba en todo el mundo, recogiendo los frutos de muchos años pinchando en Arsenal, otro de los lugares de peregrinaje. Se editaban discos y la gente venía en masa desde toda España a comprar camisetas, gorras, pegatinas... Prácticamente todos los jóvenes valencianos sabían lo que se cocía a pocos kilómetros de distancia de sus casas y, sin embargo, la esencia de la fiesta ya hacía tiempo que se había perdido para siempre.La llegada de una nueva generación de jóvenes y de disc jockeys acabó engullendo el estilo forjado en los ochenta. Los Lenaers, Simó y compañía fueron dejando el lugar a los nuevos iconos de la fiesta: el propio Chimo Bayo, Kike Jaén o José Conca cambiaron, poco a poco, la manera de entender una sesión. Los ritmos se fueron endureciendo, compaginándose con las «cantaditas» y con una etapa en la que muchos productores se dedicaron ya de manera exclusiva a la creción de hits para las pistas de baile. Se acabó lo de la música «para no bailar». "El plan era empezar la sesión de manera brutal desde el principio, y no hacer pensar mucho a la peña", reconoce uno de los DJ´s de aquella época en la que, como pasa siempre, otras ciudades habían aprendido a sacarle partido al fenómeno. Con los noventa, la mákina se fue a vivir a Barcelona, y Valencia perdió para siempre la hegemonía, despidiendo su única época de esplendor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, se ha po un libro en castellano sobre este tema.
www.larutadelbacalao.blogspot.com