
La victoria, unida a la combinación de resultados en la jornada, deja la ansiada salvación a sólo un punto a falta de dos jornadas. Cuando se amarre la permanencia, será el momento de realizar una implacable y profunda autocrítica.
No hay mejor manera de sacudirse el vértigo que salir a comerse el mundo. El Valencia tragó miedos con el apoyo entusiasta de su afición y por los galones de sus experimentados mariscales. Rubén Baraja, quién si no, dirigió con maestría el juego local. Con la tensión justa, la mente serena, pelota rasa y la referencia ineludible del capitán Baraja en cada jugada, el Valencia desarboló al Zaragoza desde el primer momento. Por banda, Joaquín y Vicente exhibieron su regate artístico.
Por dentro Villa y Silva conectaban con increíble facilidad. La justa recompensa llegó en un sabio pase interior de Baraja, que vio entre docenas de piernas zaragozistas el desmarque de Silva. El grancanario hizo un estupendo control orientado que lo dejó solo ante César, al que batió de disparo cruzado. Mestalla rugió de alivio y rabia contenida. Las únicas aventuras en ataque de los visitantes las capitaneó en solitario Sergio García, un tipo valiente y con buena técnica, con un punto de inconsciencia que le permite ser impermeable a presiones asfixiantes como la de anoche.
La entrada de Pablo Aimar no revolucionó el juego del Zaragoza. El Cai estuvo muy participativo pero inefectivo.
Con todo perdido, el técnico maño Manolo Villanova sacó la artillería que le quedaba en el banquillo con Matuzalem, un centrocampista con buena pegada, y su goleador Diego Milito,pero no se movió el marcador y el Valencia, cogido de la mano con su afición, ya acaricia el final de su peor pesadilla.
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